Con pocos productos disiento tanto en el gusto de su versión light y la tradicional como con el Casancrem: mientras que el común me parece casi exquisito, el light me genera un rechazo bastante grande.
Mi actividad me obliga a pasar hartas horas frente a la computadora tipeando. Creo haber llegado al punto de hacerlo con cierta cadencia, una manera de acariciar las teclas que se asemeja más a un masaje que a un pinchazo. A veces siento que me muevo por el diapasón de una guitarra cual Django Reinhardt en su Hot Club de París.