Los ex

Quien tenga hermanas, o hermanos, me va a comprender. Uno forja una relación con ellos, aprende a quererlos, los valora, comparte momentos juntos. Va a fiestas junto con ellos, se ríe, los integra a la familia, es la rueda de auxilio para esos momentos incómodos. Va al cine, al teatro, al zoológico, al Parque de la Costa, en fin; los quiere. Hasta que un día, ya no más, se los borran de un plumazo. ¿Se murió? No, peor: cortaron.
Así es, eso es lo que pasa con los ex novios. Si lo sabremos como hermanos relegados, no tenemos ni voz ni voto en las decisiones a tomar en la pareja. A lo sumo, si hay confianza y buena relación con el prójimo, un consejo, un "este me cae bien", un "dale para adelante que funciona", o un metepúas "¿te lo imaginás como el padre de tus hijos?", y nada más. Si nos cae bien, mal, nos ayuda, nos da una mano, nos comprende, nos quiere, no importa.
Con un hermano del género opuesto a uno, encima, es peor. Porque el novio es de nuestro mismo sexo, por lo que conectamos mucho más, se fortalece la relación. Se fortalece en vano, hasta el momento en que el protagonista, ¡nuestro propio hermano!, decide dar el asunto por finiquitado, terminado, cerrado, concluido. Y no es como si se hubiera muerto: es mucho peor, ya que todavía queda lugar a futuros encuentros incómodos, llamados molestos, incordios topetazos en el Hoyts del Abasto.
Y uno qué hace, ¿se enoja con su hermano? Queda esa contradicción, ese asunto subyace: me caía bien el tipo, pero, ¿lastimó a mi hermana? ¿O tuve un vínculo tan fuerte con él que supongo que mi hermana, mi hermana, es una exagerada? Difícil. Difícil tomar bandos, más difícil aún separarse del de la familia. Uno no se enoja con el ahora ex, no se enoja con la hermana. No comparte más, no quiere más, y espera al nuevo, con calidez y hospitalidad. Hasta que se lo borren de un plumazo.